15 febrero 2018

Incompetencia Institucionalizada

Mis experiencias con la administración local a lo largo de mi vida, ahora que lo pienso, han sido escasas y en el noventa y cinco por ciento de los casos, medianamente satisfactorias. Al menos, hasta hará cosa de un año, ya que, en las últimas tres ocasiones en las que he tenido que realizar un trámite administrativo relacionado con un ayuntamiento, los resultados han sido, cuanto menos, decepcionantes.

La gestión de la burocracia ha sido, es y será un lastre que la administración pública de este país asume como algo propio, inherente a la propia existencia de los servicios a la ciudadanía. Asimismo, los propios ciudadanos se han acostumbrado a convivir con un entramado rígido de normas y leyes, gestionado de manera excesivamente formal, hasta el punto de que consigue llegar desanimar cualquier iniciativa de progreso que se le pase por la cabeza a los vecinos. Y esto es más que comprensible, ya que, si hasta para mover un ladrillo en tu propia casa hay que pedir un permiso y pagar una tasa, que puede hacer que se demore la ya tediosa obra en tu vivienda más de lo que esperabas, los ánimos se aplatanan a la primera de cambio. No hablo ya de intentar montar un negocio. Solicitar una licencia de actividad es toda una odisea, pasar por ello no es la experiencia más satisfactoria del mundo empresarial.

Pero, son otros trámites menores los que, en mi caso, me han hecho ponerme hoy a escribir. Cotidianeidades de vivir en un país como el nuestro que, tal vez, en otros suene a esperpento. Como los impuestos a morirse. Ya no hablo del impuesto de sucesiones, que tan bien lleva gestionado la Junta de Andalucía y que la ha hecho convertirse en una de las primeras sociedades inmobiliarias de la comunidad autónoma, al quedarse con viviendas, locales y fincas cuando los herederos no han podido satisfacer el tributo correspondiente. Las entidades locales se han estado beneficiando también, de manera más sutil, con la muerte de sus conciudadanos. Ellos lo llaman "plusvalía". Esto, que según la definición de la RAE es el "incremento del valor de un bien por causas extrínsecas a él", no explica el porqué cuando se hereda una vivienda, haya que pagar un montante proporcional al ayuntamiento de turno. ¿Proporcional a qué? Pues al valor que estime y calcule el propio ayuntamiento (yo me lo guiso, yo me lo como). No importa si la realidad es distinta y ese inmueble no vale ya lo que dice la autoridad, ellos marcan, fijan, reclaman y te obligan a pasar por caja, si o si. Y, si te niegas a colaborar, pierdes lo heredado, tras un largo y costoso proceso de reclamaciones y procesos. A esto, en otros ambientes algo más sórdidos se le llama extorsión, aquí, esto es lo que hay.

A los españoles, que siempre se nos ha tildado de temperamentales y de tener la mecha muy cortita, cuando tenemos que hacer frente al monstruo de la burocracia, nos achantamos. Es así, admitámoslo. Vemos la batalla perdida antes del primer cañonazo. Y es comprensible, porque aparte de la rigidez, de lo enrevesado de los trámites y de lo dilatado de los plazos, en muchas ocasiones te topas con la ineficiencia del sistema y/o la incompetencia del funcionario de turno. Porque, admitámoslo, aunque el funcionariado español está formado por un porcentaje altísimo de gente muy preparada y muy competente, en muchas ocasiones te das de bruces con el muro de la apatía y la desgana. Esa cara de "haba", como decimos en mi pueblo. Esos a los que hay que arrancarles un buenos días con unas tenazas al rojo vivo. Esos que contestan al teléfono como si fuera una condena del infierno. Los del habla monótona y el perfil bajo. Gente que ha nacido cansada y que, por mucho que lo intentes, no entiendes como ha podido acabar ahí sentada.

Ayer mismo, mi vida se cruzó con la de una de estas personas. Los trámites que inicié en noviembre del año pasado para solicitar un informe sobre una vivienda en Marbella, debían de haber atravesado un agujero negro de esos que suele haber en la administración porque, hasta tres meses después no me llamó el perito encargado de realizar la inspección del inmueble, eso si, pidiendo disculpas por el enorme retraso y asegurándome que iba a dejar su labor lista ese mismo día. Y, efectivamente, así me consta que fue. Dos semanas después de aquello seguía sin noticias del asunto. Pero ayer, al descolgar el teléfono de la oficina, una voz de señora, de estas que parecen salir de un fuelle roto, me comunicó que el informe que solicité ya estaba listo y que podía pasar a recogerlo. .-"¡Ya estamos!" Pensé yo. .-"Verá, es que yo solicité esa documentación de manera telemática, necesitaría que me remitieran el informe por la misma vía" .- "¡Ah! Es que..." Se me pone nerviosa la señora. .- "Es que no puede ser. Esto se tiene que entregar en mano para que la documentación sea la original". Me dijo. .- "¡Aha! Yo creía que los envíos con Certificado Digital servían para este tipo de gestiones y que para eso existía la Oficina Virtual". Le comenté. .- "Si, bueno. Ahora vamos a instalar una aplicación que, a lo mejor, sirve para eso pero, por ahora, tiene que ser así".

¡Plof! Me di de bruces con el muro de la incompetencia. La señora no estaba por la labor. O no quería o no sabía. Y no se que es lo peor, si la desgana o la ignorancia. Al yo realizar todos los trámites a través de la Oficina Virtual, imaginé, iluso de mi, que la respuesta se realizaría por la misma vía, tal y como se explicaba en la página web del ayuntamiento pero, resulta que una cosa es lo que se puede hacer y otra distinta lo que en realidad se ejecuta. Al pasar el filtro del personal (de cierto personal) los logros administrativos, la agilización del sistema, los avances informáticos y telemáticos retroceden en el tiempo, como Marty McFly, a 1985.

Esto me dio que pensar y, supongo que, esto son sólo conjeturas mías, la funcionaria en cuestión, puede que haga este tipo de cosas para perpetuarse en su puesto. Ante el miedo que supone el que una máquina pueda hacer tu trabajo, el camino que ha tomado esta persona es el de obviar los avances de las nuevas tecnologías, alienando a los pobres usuarios de la comodidad de poder realizar los trámites desde su casa, con el increíble beneficio que eso aporta a todos, empezando con la propia entidad pública que reduciría sus costes y agilizaría su labor. Sinceramente, a mi humilde parecer, resistirse a desaparecer de esta manera es una estrategia equivocada. Sería más conveniente esforzarse en sobrevivir haciendo el trabajo de manera impecable, al menos, de este modo parecería que, la función que desempeñan ahora, es imprescindible. Aunque, en realidad, no sea así.


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