El Teorema Del Columpio

Esto de ir al parque con Lucas es, como decía Forrest Gump, como una caja de bombones, nunca sabes que te va a tocar. La verdad es que jamás llegué a entender esa frase porque, precisamente en una caja de bombones, siempre sabes que es lo que te va a tocar. 

El caso es que hoy, después de casi dos meses sin aparecer, por culpa de los resfriados, las fiestas y vacaciones, las maluras y las lluvias de las últimas semanas, hemos vuelto a pasar un rato por el parque de al lado de casa. Echaba de menos ver a algunos de los niños y a sus madres, abuelas y padres, a otros no tanto. Y, precisamente uno de esos otros, ha sido el que me ha dado la tarde.

Nada más llegar y tomarse su batido de chocolate (eso no se perdona nunca en la merienda) tanto Lucas como su amiguito Hugo, se han subido al mega-columpio y me han pedido que les empuje. Al acercarme, veo que hay un grupito de niños sentados en el suelo, justo en la trayectoria del columpio, así que me aproximo un poco a ellos y les digo que les puedo dar con el columpio si están ahí. En ese mismo momento aparece el padre de uno de los chicos y les dice que se aparten un poco, que ahí no están bien. Los niños, levantan un poco el culo y lo desplazan como un metro y medio alejándose del columpio. Como ese hombre ha visto que se han retirado y se ha vuelto a sentar en el banco con el resto de su panda, yo entiendo que ha considerado que la distancia es suficiente como para que no pase nada, de modo que me pongo a empujar y a empujar, hasta que mi chico y su amigo me dicen que han tomado la altura correcta, y así sigo durante un rato. Otro padre del grupo de niños se aproxima para saludar a su hijo, porque acaba de llegar de trabajar, yo sigo columpiando a los chicos, éste hombre pasa junto al columpio y se sienta también con su grupo. Al poco, un par de madres se acercan también a sus retoños y se vuelven a sentar. 

No ocurre nada hasta que, después de cinco minutos, el primero de los padres, el que apartó a los niños y se marchó tranquilamente, se planta a mi lado y me pregunta o más bien me recrimina que
 -"¿Porqué no le ha dicho a sus niños que metan los pies dentro del columpio? ¿No ve que le ha podido dar en la cabeza a uno de los otros?" Yo, que no me esperaba que me preguntaran sobre una conjetura  metafísica a esa hora de la tarde le respondo con un -"¿Qué?", a lo que él me responde repitiéndome la pregunta. -"Yo no he empezado a empujar hasta que se han apartado", le contesto. 
-"Si pero, usted como persona adulta ¿no cree que sus niños le pueden dar en la cabeza con los pies a los otros?" Me suelta, así en plan chulesco pero respetuoso (por hablarme de usted, se creería él que estaba siendo respetuoso). -"Lo que me parece a mi es que los niños no están sentados en el mejor sitio del parque". Yo por lo menos no dejo sentado a mi chico en la trayectoria del columpio. Aquí fue cuando se me debió de cambiar la cara y el tono de voz, porque me dijo -"Bueno, yo no he querido discutir". Pero, yo ya tenía el ceño fruncido y eso a mi es difícil vérmelo así, menos en un parque y rodeado de niños -"Y, lo que yo veo es que aquí no ha pasado nada, así que no se de que estamos hablando" le solté para terminar la conversación. Aunque él me terminó soltando un amenazante  -"Procure que no pase nada", a lo que yo contesté con un -"Claro, ya procuraré". Pero, este tipo ¿qué pensaba? ¿Pegarme? ¿No hubiera sido más fácil coger a sus niños y apartarlos del columpio? Porque, al menos yo, el columpio no lo podía mover de sitio.

La cosa tiene bemoles. En los tres años que coincido con esos padres en el mismo parque, he visto a sus retoños hacer barbaridades. Tirar piedras desde lo alto del castillete, empujar a otros niños a mala leche, tirar juguetes de otros niños con intención de romperlos, echar las pelotas de otros niños a la carretera intencionadamente y soltar por esas boquitas el vocabulario completo de la guía del camionero, mientras que ellos, y ellas, se desentendían. Se quedaban de cháchara, fumando (si, en un parque infantil) y llenando el suelo de cáscaras de pipas, porque eso de echarlo a la papelera, como que será mucho esfuerzo. 

Encima de que, aquí un servidor se lo curró para que modernizaran el parque, con carta al alcalde incluída y artículo en Diario Sur. Y después se lo volvió a currar escribiéndose con la Concejala de Distrito para que reparasen el suelo de goma defectuoso que instalaron, que se desgranaba con el uso y que hacía que los niños se "esmorrasen" cada diez segundos. Mientras tanto, ellos y ellas, seguían despanzurrados en los bancos, fumando y comiendo pipas. No les he visto mover un dedo cuando aquello que conté de los quinceañeros que estaban maltratando el columpio.  ¿Y ahora me vienen a dar lecciones de madurez y comportamiento adulto? Tócate las narices. 

Y es que, a veces, le tengo que dar la razón al gran Ivá, quien, a través de su fantástico Maki Navaja, decía aquello de "... ¡y que siempre tiene que haber un giliposhas suelto!"

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