30 julio 2019

Los Ochenta Fueron Guays.

Para el que no sea de Madrid o no esté muy al día de cultura gastronómica o sitios de copas (o sea, el noventa y ocho por ciento de la población de España) el Palentino es un bar del barrio de Malasaña que se hizo famoso hará un par de años, al ser la inspiración en la que Alex de la Iglesia basó su película "El Bar".

La historia del Palentino, se hizo popular hace un poco menos, al correr la noticia de que iba a cerrar, después de 80 años de actividad ininterrumpida. Los dueños fallecieron y la única heredera que quedaba, no tenía ni edad, ni ganas, así que vendió la propiedad por un millón trescientos mil euros y echó la persiana. Con dos ovarios, si señora, muy bien vendido. En ese momento, todo el mundo empezó a hacerse fan del Palentino y a recordar los buenos momentos que pasaron allí. Que si sus montaditos, que si sus tapas, que si sus cubatas a 2.50 €...

La nostalgia de unos pocos y la visión de negocio de otros, han hecho que el Palentino vuelva a abrir, con un aspecto renovado aunque cuidando la estética anterior. Con nueva carta de tapas, pero manteniendo las más populares. Con nuevos cocteles, a precios de hoy, pero dejando un día a precio de antes.

A mi, que todas estas cosas me parecen curiosas y, en cierto modo me agradan, me ha llamado la atención un artículo en el que hablaban de todo esto. Y, sobre todo, unas palabras de uno de los socios principales del Nuevo Palentino (solo les faltaba haberle llamado New Palentino). Un chaval de unos veintitantos, que debe de ser familiar mío lejano, porque se apellida Bermejo, moderno como él sólo, con tatuajes en los brazos y más aros en el cuerpo que un malabarista del Cirque du Soleil. El muchacho, habla de lo orgullosos que están de haber conservado el espíritu del antiguo local, con su estética renovada, pero fiel al espíritu ochentero que el local destilaba. En ello han puesto su empeño y han recuperado y reutilizado gran parte de lo que hacía "especial" al bar. Las viejas lámparas, fotos de como era, materiales para las paredes y detalles como los grandes espejos con la carta y los precios escritos a mano. En su explicación de como y porqué lo han hecho así, una frase me ha llamado la atención, y mucho. "Somos amantes de lo "viejuno", por eso nos enganchamos a "Stranger Things", escuchamos música de los ochenta y nos vestimos como entonces". Lo de viejuno, me ha afectado demasiado. Yo viví los ochenta como un niño, si, y no soy un "viejuno", eso lo será el padre de mi primo, el dueño del "New Palentino".

Me sorprende esa fascinación que tienen los jóvenes de hoy por los años ochenta. Más aún, sin haberlos vivido. Supongo que es lo mismo que les pasaba a muchos en mi juventud con los años cincuenta y los sesenta. Aquello que hacía que nacieran tribus urbanas como los "Rockers" o que muchos siguieran la estética surfera. Los ochenta fueron guays, repito que yo los viví, pero hoy día están idealizados. Los ochenta tuvieron la música, la movida, el cine fantástico, de ciencia-ficción y aventuras que ensombrece al de hoy en día. Spielberg, Lucas, Zemeckis, Scott, Howard... y un largo sin fin de directores, sentaron las bases de lo que se hace hoy y también dejaron grabado a fuego en la retina de muchos de nosotros lo que significa la diversión. Los ochenta nos dieron a Parchis, Comando G, Mazinger Z, los Transformers, E.T., Regreso al Futuro, Indiana Jones, Verano Azul, Top Gun o Karate Kid, entre otros muchos. Nos enseñaron que la libertad y la felicidad se consigue sobre dos ruedas y a pedales. Que con esfuerzo y práctica todo es posible. Y, que las amistades que empiezan en una tarde de verano, pueden durar toda la vida.

Aquellos años fueron buenos, pero no tan idílicos como los quieren pintar ahora. Fueron años muy complicados. Teníamos a los Grapo, a Terra lliure y a ETA matando a gente cada semana. Ponían bombas y pegaban tiros. Eso es algo que, espero que mi hijo jamás conozca. Estábamos en plena transición democrática, la Constitución estaba en pañales y a mucha gente no le gustaba lo que estaba pasando, fueron los años del Golpe de Estado. También de las luchas sindicales y de las reconversiones industriales. Los años del paro, de mucho paro (esto es algo que, parece que no ha cambiado demasiado). La década en la que entramos en la CEE, luego CE, luego UE. Que nos hizo mirar al futuro con esperanza. Pero también los años de la guerra fría. Del programa Guerra de las Galaxias de Reagan. De las tensiones con la URSS. De las películas catastrofistas en las que nos planteaban un futuro apocalíptico y post-apocalíptico (El día después, Mad Max, Un chico y su perro o Cuando el viento sopla) que no ayudaban mucho a tranquilizar los ánimos. Todos los días escuchabas las amenazas de los líderes de la Unión Soviética (Brézhnev, Andrópov y Chernenko) que se fueron sucediendo hasta que llegó "San Mijaíl Gorbachov", quien nos trajo la Perestroika e hizo que el mundo, tal y como lo conocíamos desde el final de la II Guerra Mundial, cambiara hasta convertirse en lo que hoy es. En los ochenta explotó la central nuclear de Chernobyl y la lluvia radioactiva llegó hasta Irlanda, que se dice pronto, ahora está de moda por la serie de televisión y parece mentira que hasta hacen turismo por allí, pero entonces medio mundo se podría haber muerto por culpa de aquello. Y eran los años de las drogas duras. Del hachís, del chocolate, de la heroína. La década de los yonkis en la calle. De los manguis que robaban vespinos para robar bolsos a las señoras, maestros del "tirón" que ya estarán todos muertos, o con la cabeza perdida. No había día que, si ibas a dar una vuelta con los amigos, no acabaras dándole pasta al "Chino", al "Cojo", al "Tuerto" o al "Negro", bajo amenaza de pincharte con la navaja o, peor aún con la jeringuilla de haberse metido hace un rato, probablemente infectada de SIDA. 

Si, fueron años muy divertidos para crecer. Pero, gracias a Dios y a mucho esfuerzo, hemos conseguido superar el noventa y cinco por ciento de todos aquellos problemas. Ahora tenemos otros, que tendremos que ir solucionando poco a poco. Aquellos también parecían imposibles pero, el tiempo los fue dejando atrás o poniendo las cosas en su lugar.

Supongo que, la imagen idealizada de los ochenta, la hemos ido formando entre todos. Porque el ser humano es así. En el fondo es un alma positiva que se queda tan sólo con los buenos recuerdos, un ser añorante de épocas mejores, que intenta recuperar, de cualquier modo, aquello que cree que se llevó su felicidad al perderlo. Entonces, treinta años después, cuando ya dispone de recursos, es capaz de pagar lo que sea por poder volver a tocar un cachito de sus mejores años, de su infancia o su juventud. Y, ese momento es único e irrepetible, los recuerdos se transforman en imágenes, sonidos, olores y sensaciones que creías olvidadas, cuando vuelves a tener en tus manos el objeto que te hizo ser el niño más envidiado de la clase el día después de reyes, o el rey de la urbanización durante el verano de 1987. Por eso pagas lo que te pidan por un Atari 2600 casi nuevo, en su caja, con dos mandos y dos juegos (Space Invaders y Pac-Man). Saltas de alegría al encontrar un AT-AT de Hasbro en eBay, con todos sus accesorios. O se te caen dos lágrimas al subirte de nuevo en un Vespino ALX igualito al que tenías, negro, con las bandas bicolores en rojo y blanco y, al oír el motor arrancar, un escalofrío te recorre el cuerpo, porque eres capaz de sentir los brazos de tu primer amor, rodeando tu cintura, el calor de su cuerpo suave en tu espalda y su aliento en tu nuca, mientras vuelves a recorrer el paseo marítimo, sintiendo la brisa del mar en la cara, con una sonrisa en los labios. 

Y entonces, al verte pasar, los jóvenes de hoy, con sus tatuajes y sus piercings, sus patinetes eléctricos de alquiler y sus teléfonos "inteligentes", dirán:  "¡Mira como mola la moto de ese "viejuno"! Me pregunto si la venderá". Y tú, que ya no tienes cuarenta y seis años, sino catorce, eres el rey del mundo y vas camino del cine de verano con el amor de tu vida, a encontraros con vuestra pandilla, para pasar la mejor noche del año (hasta las once y media o doce como mucho, o te la cargarás) al escucharlos, te das la vuelta, paras el maravilloso petardeo de la vespino y les dices: "chavales, ni por todo el oro del mundo, ni - por - todo - el - oro - del - mundo".

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