Generación-P

Aún recuerdo como, no hace muchos años, se empezó a utilizar el nombre de Generación-X para aquellos jóvenes que nacieron el la época del Baby Boom (la explosión demográfica occidental, porque en África y en Asia llevan siglos de baby boom y no digamos en América Latina). A finales de los sesenta y principios de los setenta se produjeron más partos que en cualquier otra época y eso derivó en cantidad de consecuencias posteriores, sobre todo relacionadas con la masificación de centros educativos, sanitarios y demás relacionados. El problema ha ido trasladándose hasta nuestros días y después del colegio nos encontramos con una universidad saturada de jóvenes, todos teníamos que estudiar y, aunque había plazas para todos (no siempre donde uno quería, pero las había) la calidad en la enseñanza se resintió mucho. Aún con todo las titulaciones de grado medio y superior ganaron mucho con nosotros, ganaron en publicidad al ser la comunidad estudiantil europea más numerosa, ganaron en fuerza al contar con el mayor número de licenciados y diplomados por curso finalizado y, sobre todo, ganaron económicamente porque no solo las matriculaciones empezaron a encarecerse, por eso de atender a la ley de la oferta y la demanda, sino que también recibían más subvenciones, de las que yo vi pocas mejoras asociadas, pero de las que buen partido sacarían los que dirigían en su momento tan grandes instituciones. Tras la época estudiantil nos enfrentamos al mercado laboral, agresivo como siempre, ahora inundado por miles, millones de especímenes iguales a tí, con la misma experiencia, las mismas expectativas e iguales aspiraciones, o sea, una auténtica jungla de la que muchas empresas sacaron provecho. No hay ni que recordar que los contratos basura y las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) nacieron con nosotros, gracias a nosotros debería decir, aunque el término más correcto sería a nuestra costa, y con el consentimiento de un par de gobiernos, uno de izquierdas y otro de derechas. Decían que servíamos para flexibilizar el mercado laboral, en realidad nos utilizaron para abaratarlo y hoy todavía pagamos las consecuencias. Aún tengo a compañeros y compañeras que, después de más de siete años de terminar la carrera, siguen dando tumbos de puesto en puesto, siempre infravalorados, siempre menospreciados, siempre utilizados, sin reconocerles los años de esfuerzo que, ahora si que se puede decir esto, malgastaron entre las paredes de la facultad, aceptando como normal tener que estar allí porque era lo que la sociedad y el mercado demandaban, la misma que ahora les maltrata y les putea.

Y cuando al fin conseguimos meter la cabeza y plantar el culo en un puesto medianamente estable (porque nada hay seguro en este mundo) nos llegó el turno de dar el siguente paso, decir adios a papá y mamá y lograr la “independencia” (así, entrecomillado porque si uno aprende algo en esta vida es que, o acabas tus días en una isla desierta con más comida que los almacenes del carrefour, o siempre vas a depender de alguien en mayor o menor grado). Lo que sigue a continuación es noticia de actualidad. Al parecer , antes de que todos nosotros decidiéramos abandonar el nido no había viviendas suficientes como para que pudieramos irnos, da la impresión de que la gente en este país ni se muere, ni se muda, ni progresa y por supuesto nunca, jamás de los jamases deja libre una casa para que la ocupen otros. De modo que, ante la imperiosa necesidad, apremiante y acuciante de vivienda, todo Dios se puso a construir en este país, y todo aquel que tenía una propiedad la puso “a disposición del mercado”, se creo una oferta medianamente limitada ante una gigantesca demanda y, bueno, el resto de la historia ya lo conocen ustedes. Los que se arriesgaron se van a pasar cuarenta años pagando un montón de ladrillos y los que no, bueno, los que no aún estamos esperando a ver que es lo que va a pasar.

Tengo que admitir que la primera vez que escuche el término Generación-X me hizo mucha gracia, sobre todo porque creí que hablaban de un comic de la Marvel que lleva el mísmo nombre. Pero, a decir verdad y haciendo una analogía friki, la cosa no deja de perder su sentido. X-Generation son un grupo de jóvenes superheroes que, por supuesto, siempre acaban enfrentándose a villanos, básicamente igual que nosotros, porque ¿quién hay más malvado que aquel que saca beneficio de la desgracia de otro? Si, villanos con todas las de la ley, malvados, jefes del hampa, truhanes, malandrines, malas personas al fin y al cabo que han hecho su agosto a costa de nuestros problemas. Son la Generación-P (“P” de pelotazo) un grupo bien organizado y con recursos suficientes como para manejar políticos, falsear datos económicos, crear falsas expectativas de mercado y, sobre todo esto, salirse con la suya a toda costa. Casi todos vienen cortados por un mismo patrón, pasan de los cuarenta y cinco, tripones, panzones, medio calvos y con cara de haberse comido el mundo (o al menos habérse bebido su peso en cerveza). Guardan poco respeto por todo aquel que le rodea, a no ser que se tenga más dinero que él y siempre, siempre alardean de lo que tienen, porque para ellos la apariencia es lo más importante, aunque, irónicamente se tengan que abrochar el cinturón utilizando el último agujero y siempre por encima del ombligo, o se tengan que peinar con la mano mojada en colonia porque el peine no les da para mucho.

Hoy me he cruzado con uno de esos tipejos. Conduciendo un X5 más sucio que el suelo de una cuadra, fumándose un puro de dimensiones descomunales y con gafas de sol de gota, más horteras que una camisa de Rappel. Se me plantó delante en un semáforo, sin avisar (soy de los que cree que los coches de alta gama vienen sin intermitentes, o que son accesorios opcionales, porque todo aquel que tiene uno nunca los usa). Cuando la luz cambió a verde, se abrío, se cerró e hizo un giro indebido que me obligó a frenar para no comérmelo. Mi viejo Corsa no es para alardear, pero su claxon sigue sonando más fuerte que el de cualquiera, cosas de los alemanes. Por el rabillo del ojo puede ver como el calvorota me saludó levantando el dedo corazón y, por supuesto, como uno es bien educado le devolví el saludo, muy cortésmente. Y es que si algo bueno tiene haber nacido en mi generación es que sabemos hacernos oir y ningún medio piltrafa nos va a callar la boca cuando tenemos razón ¡Hasta nunca príncipe de la corrupción, rey de los pelotazos!

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