19 noviembre 2024

El último rebelde

 
Admitámoslo, la mayoría de nosotros somos ciudadanos pacíficos, que seguimos las normas y acatamos las leyes. Que no buscamos problemas porque, ni los queremos para nosotros, ni los queremos para el prójimo. Solemos ser previsores y cuidadosos. Guardamos para el futuro e invertimos en el presente, con la vista en un mañana mejor. Nos gusta tener controlada, lo más posible, nuestra pequeña parcela de realidad. Y todo lo que se salga un poco de las líneas, nos produce nerviosismo y un algo de rechazo, nos es incómodo, no nos gusta. 

Aún así, vemos con cierta simpatía los actos de rebeldía. A esos que se enfrentan al orden establecido, habitualmente en desventaja, pero supliendo sus carencias con valentía, pundonor y convicción ciega en sus ideales. Que nosotros ya estemos apaciguados, no significa que estemos ciegos o que seamos tontos. Vemos lo que ocurre a nuestro alrededor y sabemos que, al final, los de arriba nos manejan como quieren. Ya no estamos para salir a quemar las calles (tampoco es que lo hayamos hecho antes) así que vemos bien que los jóvenes empiecen a querer tomar las riendas de la situación, al fin y al cabo, este va a terminar siendo su mundo.

Me voy a poner ahora un poco en plan "abuelo Cebolleta", para decir que, antes... o mejor dicho, en mis tiempos mozos (esto suena mejor, si) los rebeldes parecían más épicos. Recuerdo todavía las protestas estudiantiles en el Madrid de los 80. Los grupos de jóvenes corriendo por todas partes, entre el humo de los botes de gas lacrimógeno y las cargas de los "maderos". Todavía guardo en la memoria las imágenes de las pandillas de "punkies" arrasando con todo lo que se pudiera romper, desde escaparates hasta contenedores, estatuas y coches aparcados. La famosa grabación del "cojo manteca" rompiendo los focos de las farolas del centro de la capital con sus muletas, es algo que todos los de mi generación recodarán para siempre. Hoy en día, los herederos de aquellos guerrilleros urbanos, anarquistas convencidos, que reventaban ciudades, un poco perjudicados por el alcohol y las drogas (todo hay que decirlo) a ritmo de "Siniestro Total", han llevado a menos el espíritu de rebeldía de sus padres y abuelos. Cada vez que veo una protesta violenta en televisión siempre es igual, cuatro "perroflautas" que acaban rompiendo el escaparate de una tienda para robarse unas "Nike", unas camisetas del Real Madrid o un iPhone último modelo, al grito de antifascismo y anticapitalismo, pero pillando los productos más representativos del capital, supongo que los ideales anarquistas han cambiado un poco.

Toda esta reflexión me ha venido al hilo de algo que me sucedió el viernes pasado. Tenía que ir a comprar al supermercado y, al ir a pagar, en la cola de la caja, justo delante de mi había un "Punk". Pero no un "perroflauta" de los que he hablado antes, desaliñado, desarrapado y zarrapastroso, no, un "Punk" de manual. Pantalones de pitillo, multibolsillos y con cadenas, botas de media caña con suela gruesa, cazadora de piel bastante gastada con un símbolo anarquista en rojo que le ocupaba toda la espalda, escrito a mano pero bien hecho. La cabeza perfectamente rapada, tocada con una cresta, también roja, ligeramente peinada hacia arriba, pero no en punta, caía con estilo hacia la izquierda (siempre hacia la izquierda, claro está). El tipo, que ya había superado los cincuenta y muchos, canijo y arrugado, dejaba ver cicatrices por toda la cabeza y tenía una actitud cordial hacia el cajero, nada chulesca, tampoco le hacía falta, con esa imagen ya intimidaba bastante. Se veía que le conocían en el barrio. 

La imagen me hizo sentir algo de nostalgia. No de tiempos mejores (ya escribí hace tiempo que los 80 no fueron tan "guays") sino de tiempos más jóvenes. Pero, los detalles de la situación, me hicieron pensar en que de todos aquellos rebeldes, ya sólo queda la imagen para vender camisetas con una A dentro de un círculo, igual que como con el Che Guevara o la bandera de la URSS. Aquel tipo tenía en la cinta de la caja del Mercadona un paquete de cervezas "Steinburg, Suave", que pagó con la tarjeta Blue del BBVA, con lo que, en menos de diez segundos se cargó cualquier resto de imagen romántica que yo pudiera tener sobre el movimiento "Punk" y su lucha contra el capitalismo. Aquello más bien parecía un miembro de una chirigota de carnaval que iba camino del ensayo del viernes por la tarde.

25 enero 2021

Una Novia Para Antonio

Tengo el don de saber escuchar. Supongo que no seré el único que dice esto siempre. Las personas que somos del tipo "callada", nos solemos escudar en esa frase , para justificar que, en la mayoría de las ocasiones no tenemos nada que decir al respecto de lo que acontece o, simplemente, no queremos decir nada por prudencia, por respeto, o porque no nos apetece. Y, no es que no tengamos una opinión, más bien es que nos hemos cansado de gastar energía en darla, ya que, por experiencia, sabemos que va a llevársela el viento.

El caso es que, tener el don de saber escuchar, es una realidad. Visible además para el resto de personas. Es un hecho comprobado, a los que somos así, la gente viene a contarnos sus problemas, sus desgracias, sus penas, sus preocupaciones... Yo digo que a mi me ven "cara de cura" porque siempre acabo haciendo de confesor. Y, cuando tratas con mucha gente al día, como me ocurre a mi en el trabajo, siempre hay alguien que aprovecha la ocasión para desahogarse y vaciar todo aquello que le quita el sueño.

Hoy le ha tocado el turno a Antonio. Ha venido a pagar un par de recibos y hemos estado charlando cinco minutos. Lo justo para que, en cuatro palabras me dijera todo lo que necesitaba decir, porque Antonio es así, parco en palabras pero conciso en el mensaje. Cierto es que, siempre que viene, me cuenta lo mal que lo está pasando por sus padres, que son mayores y están enfermos, pero hoy, al no decírmelo él, le he preguntado yo. - "¿Cómo está tu madre?". - "Mi madre falleció en noviembre". 

Tras darle el pésame, empezó a hablar sobre como se había quedado él. - "Yo estoy solo, Sr. Bermejo" (es el único en todo el mundo que me llama así) me dijo. - "Mi padre ya no se entera de nada y mi madre, que era mi apoyo, ya no está". - "Ellos, no me tuvieron más que a mi y, conmigo, se termina mi familia". Se ve que eso le come por dentro, porque me lo dijo con mucho sentimiento, amargura es la palabra. Y eso me llegó al alma. 

Antonio es de un pueblo de Málaga, Ardales. Y allí tiene casa y tierras (no muchas, pero suficientes). Trabaja de jardinero y también en el campo. Le gustan los animales y la música, es un poco bohemio. Es trabajador y responsable. Algo "brutote", pero buena persona (y eso es algo que no abunda ya mucho por estos lares). Y busca esposa, novia, pareja o lo que se tercie. Alguien que le de cariño, que le apoye, que le ayude y que esté a su lado. Lo más sería que también quisiera tener hijos con él, ojalá, pero eso ya no me compete a mi.

Yo no suelo meterme en asuntos de corazón. Esos temas son demasiado engorrosos y no me gusta que me acaben echando en cara el que yo terciara, si la cosa saliese mal. Pero, es que hoy me ha pillado más sensible que de costumbre y, si en algo puedo ayudar a que dos personas se encuentren, junten y compartan su poquita felicidad, para hacer una más grande... como dice el doctor Emmet Brown "¡¿Qué demonios?!" Por mi, y sólo por hoy, que no quede. 

13 septiembre 2020

Gutun Resistentzia

Quien me conozca un poquito sabrá que siempre me ha gustado escribir. No me refiero a este blog, ni a su hermano pequeño (La Vida Lenta) hablo de escribir con las manos pero sin usar una máquina, de coger un bolígrafo, un lápiz o una pluma y llenar un papel con letras, palabras, frases y párrafos.

Durante los cuarenta y tantos años que llevo escribiendo, habré enviado cientos de cartas y, aunque ahora lo hago menos y sólo en ocasiones muy especiales, todavía envío unas cuatro o cinco al año. Para mi es uno de esos pequeños placeres de la vida. Tengo a tres o cuatro amigas privilegiadas a las que, de vez en cuando, les envío una sorpresa dentro de un sobre. Y, en esas cartas, les cuento aquello que pasa por mi cabeza y que siempre tiene relación con el momento que estamos viviendo. Unas veces escribo palabras de ánimo y esperanza. Otras veces son de consuelo y fuerza. También envío deseos y felicitaciones, como en Navidad, sobre todo en los últimos años, que hemos retomado la costumbre de enviar christmas a los amigos.

Como he dicho, ya sólo envío cartas de manera esporádica, hace ya mucho que no mantengo una correspondencia activa con nadie. La culpa la tiene Internet, las redes sociales y los servicios de mensajería. Que están muy bien, han agilizado la forma de comunicarte con la gente a la que quieres pero, también la ha impersonalizado hasta el punto de que ya no nos hace la ilusión que nos hacía al principio. Al menos a mi. Antes, recibir un e-mail de una amiga era algo maravilloso, mágico, se podía comparar al hecho de enviar cartas pero, ahora ya ni se escriben e-mails, nos basta con mirar el muro, o el perfil de cada uno y ya nos sentimos satisfechos porque estamos al día de las vidas de los demás. Es una lástima.

Escribir una carta es más que dejar por escrito lo que te pasa en ese momento. Al escribirla te tienes que tomar tu tiempo, te tienes que concentrar para no equivocarte. Te tienes que preparar, buscar tu momento a solas y de tranquilidad (yo suelo hacerlo de noche, cuando todos duermen). Escribiendo así sabes que no hay correctores automáticos, ni textos "predictivos", ni sugerencias, sino que tienes que poner todo tu empeño en hacerlo bien. Y, aún así nos equivocamos. Pero, hasta eso es bonito en una carta escrita a mano. Los tachones, los borrones, los guiones al final de la línea... la hacen imperfecta, la hacen humana. Además, en una carta pones todo tu corazón, al menos yo lo hago. Escribo pensando cada palabra, cada frase y, además, pienso en la persona que la va a recibir, en como será su reacción cuando lea ésta o aquella parte del texto. Yo pienso que, cada carta que he escrito en mi vida, ha sido una carta de amor. No en el sentido que todo el mundo entiende (declaraciones y pasiones desatadas...) sino en la manera de escribirla, pensando en el destinatario y sabiendo que le harás feliz, desde el instante en que tenga el sobre en sus manos.

Hace muy poquito he empezado a mantener correspondencia con mi amiga Bego y, hará como dos o tres días que recibió mi última carta. Me comentaba que la había sacado del buzón sin darse cuenta, porque estaba escondida entre montones de panfletos publicitarios. Le decía yo entonces que era una lástima en lo que había quedado el correo postal en nuestros días pero que, menos mal, todavía quedamos unos cuantos locos que seguimos escribiendo cartas.... -"¡Somos la Resistencia!" me dijo ella. - "Resistencia Epistolar" le dije yo, aunque también le dije (y ella coincidió) que había que mejorar el nombre. - "¿Cómo sería en Euskera?" le pregunté. - "Gutun Resistentzia". Por supuesto, me encantó. Esa sonoridad que tiene la lengua vasca le da caracter y fuerza. 

De modo que, con éste nombre, nace una idea loca, o un grupo de locos nostálgicos (que ahora sólo son dos) y que no busca más que repartir emociones mataselladas. Gente que quiere recuperar el placer de compartir alegrías, ilusiones, sueños, deseos, recuerdos... vidas en fin, escritas de puño y letra.

Si te quieres unir a este grupo, no lo puedes tener más fácil. Coge lápiz, papel, sobres y sellos y derrama tus experiencias sobre ellos. ¡Únete a la resistencia! ¡Únete a Gutun Resistentzia!



15 marzo 2020

Una Nueva Situación

¿Qué decir que no se haya dicho ya sobre la situación que estamos viviendo ahora mismo? 

Pues, lo primero que se me ocurre es, que nos ha pillado a todos fuera de juego. Al gobierno y a los dirigentes autonómicos, los primeros. Siempre tengo la misma sensación cuando ocurre algo importante en este país, esta gente de ahí arriba, siempre llegan tarde. No son capaces de tomar una decisión a tiempo. Van a remolque de sus intereses partidistas. Tienen que consultar hasta con el último mono de la cadena política antes de tomar las riendas del asunto y, cuando dicen lo que hay que hacer, ya van tres pasos por detrás de donde deberían estar. Y aquí estamos otra vez en las mismas. Los nacionalistas e independentistas diciendo que no se me vayan a meter los del gobierno en nuestros asuntos, sólo dennos dinerito, que ya nos ocuparemos nosotros de nuestros enfermos y nuestros virus. Tócate las narices (¡ay, no! Que eso no se puede hacer). Estado de Alarma significa lo que significa y si te tienes que tragar tu orgullo nacionalista para salvar vidas, te lo tragas y dejas entrar a quien sea en tu casa. ¿O es que tienes miedo de que el Estado Español se lleve el mérito de salvar a tu pueblo elegido? Soplagaitas. No lo entiendo, la verdad, no soy capaz de entenderlo.

Tampoco hay una fuente eficaz de información pública para la ciudadanía. A ver, si, aquí tenemos los teléfonos de atención sanitaria, que se colapsaron casi al momento y ahora han tenido que sacarse de la manga una aplicación móvil que, se supone, va a liberar algo de tráfico telefónico. Pero eso no es suficiente. Yo echo de menos un canal de emergencia, tanto de radio como de televisión. Habiendo frecuencias disponibles y cadenas de televisión a punta pala, porqué no se dedica una exclusivamente a dar información a los ciudadanos sobre como actuar ¿qué hacer? ¿Dónde acudir? La información es poder, y tranquiliza si es veraz. En cambio, lo que tenemos ahora es una amalgama de noticiarios sensacionalistas, agoreros de mesa redonda y bulos engordados a base de reenvíos por whatsapp. No sabemos como protegernos. Si, lavarse las manos, toser en el brazo y no tocarse la cara. Contacto humano mínimo y ojo con lo que tocas. Pero, quedan muchas dudas que, por desgracia, acaba respondiéndote la vecina del quinto, que tiene un yerno que trabaja de celador. El caos informativo hecho persona. Al final entiendes como la gente acaba por volverse histérica. 

Lo de la gente, en general, lo puedo entender. En particular ya es otra cosa. Entiendo que a la gran mayoría nos ha entrado el miedo. Tras un bombardeo mediático más eficaz que los ataques con bombas inteligentes de la guerra de Irak, el que no se haya acojonado en estas últimas semanas, o vive aislado del mundo, o es gilipollas directamente. El miedo ha llevado a mucha gente a entrar a mansalva en los supermercados y arrasar, algo que muchos no entendemos, ya que el abastecimiento está asegurado, la producción de alimentos y bienes de primera necesidad sigue su curso normal, pero la histeria colectiva es muy mala y la ignorancia también. Esa ignorancia es también la que ha llevado a mucha gente a comportarse como imbéciles en el día de hoy, tomándose el fin de semana como si fueran unas vacaciones de Semana Santa adelantadas. Mientras una inmensa mayoría nos quedábamos en casa, siguiendo las indicaciones del gobierno, haciendo lo que se debe hacer, comportándonos de manera coherente y solidaria, en muchas partes se ha visto a gente en terrazas de bares (que deberían haber estado cerrados) a vecinos organizando barbacoas con los amigos, a gente haciendo vida normal como si la vida siguiera igual. Idiotas, descerebrados e ignorantes egoistas. Aún no se dan cuenta de la gravedad del asunto. Tenemos la oportunidad de, en sólo quince días, darle la vuelta a esto y ganar la batalla al maldito coronavirus y esta gente se lo toma a guasa. 

Mientras, en los hospitales, la gente lo está pasando muy mal, pacientes, familiares y sanitarios, sobre todo los sanitarios, que están en primera línea del frente, arriesgando su salud para salvar vidas. Para que no nos ocurra como en Italia, donde la situación se ha vuelto tan terrible que, al final hasta los gilipollas (que allí también los hay y muchos, como aquí) se han dado cuenta de lo que tenían que hacer, pero tarde, y sus actos han tenido consecuencias nefastas. Esas actitudes deberían estar penadas con carcel. El saltarse las leyes de emergencia, el poner en peligro la salud pública, el irse a pasar la cuarentena al apartamento de verano o al chalé de la sierra. Eso es un delito gravísimo. Aparte de ser una actitud vergonzosa.

Yo, por mi parte, en lo que a mi y a mi familia respecta, lo tengo muy claro. Seguir a rajatabla lo que diga el gobierno. Por desgracia para mi, soy de los que no se pueden quedar en casa los quince días y este lunes tendré que ir a trabajar, ya veremos como nos las arreglamos los seis compañeros para lidiar con todo esto. Lo haremos lo mejor que podamos y siempre pensando en la seguridad, en la personal y en la de todo el mundo.

Mucha fuerza y mucho ánimo a todos. Saldremos de esta. Seguro.


05 noviembre 2019

A Mi Amigo Pedro

Hace unos días, mi amigo Pedro mandó un audio al grupo de "amigos" de whatsapp. Seguro que todos tenemos un grupo así en whatsapp. El caso es que, en quince minutos, se desahogó explicando el momento por el que estaba pasando y, bueno, todos los del grupo le contestamos a nuestra manera. Yo, evidentemente, le escribí un poco. 

Pocos días después nos vimos y me dijo que lo publicara aquí. De modo que, aquí va, espero que si alguien más lo lee y está de bajón, le valga para algo.

"Hola a todos y en especial a Pedro.

Yo soy más de escribir que de hablar. Eso ya lo sabéis todos también.

Voy a intentar contestar en casi todo lo que recuerde. Es que han sido muchas cosas. A ti te cunde un montón un cuarto de hora. No quiero imaginar una clase de tres cuartos, eres capaz de acabar un trimestre como no suene el timbre a tiempo. :D

Estás en una época de bajón. Es normal, todos las tenemos. Normalmente vienen por circunstancias que se presentan, por novedades, tanto buenas como malas, que nos sacan de nuestra rutina y nos obliga, aunque en realidad sea sólo mentalmente, a salirnos de nuestra zona de confort. Y nos desubicamos. Pueden ser cambios en el trabajo, como has comentado. Pueden ser cambios en casa. Algo tan (aparentemente) tonto como cambiar de coche. Nos hemos acostumbrado a que sea algo muy normal, siempre hay alguien que cambia de coche en tu entorno, pero, yo lo hago cada doce años o más, no es lo más común que hago en mi vida. Yo me pongo nervioso cuando cojo otro coche, prestado, uno nuevo y mío... ¡buf! Me lo imagino perfectamente.

Eso de dormir mal, inquieto, intranquilo, despertándote a media noche. Lo he vivido. Estar en esa situación fue una de las más desesperantes que he sufrido en los últimos años. Hace años me daban crisis de ansiedad por las noches, pánicos nocturnos y aprendí a controlarlos. Pero, ésta última, mutó, o se disfrazó para que no la conociera y al final me rompió por una taquicardia. Pero, como con todas las cosas que ocurren en tu vida, de ello también aprendí. Me di cuenta de qué era lo que me había llevado a esa situación y, aprendí a reconocer los síntomas que desencadenaron en la taquicardia. Para la próxima ya no me pasará. Tú puedes hacer lo mismo, aprender de lo que te ocurre en este momento bajo, para que no te pase otra vez, o para que la próxima vez sea más leve.

Hay una cosa que haces muy bien cuando te encuentras así. Desde que te conozco lo has hecho siempre, y es buscar apoyo en los demás. Consejo o consuelo, llámalo como quieras, pero siempre nos buscas cuando lo necesitas. Te desahogas hablando, ya sea en persona o como hoy, en diferido. Y eso es bueno. Yo escribo. A veces para mi, a veces para todos. De ahí surgió mi primer blog (que tengo medio abandonado, por las circunstancias de la vida) y también el último (La Vida Lenta) que fue consecuencia de esa última crisis que he comentado antes. Lo que quiero decir es que, al final, todos hacemos lo que necesitamos hacer para sentirnos mejor. Bien subconscientemente, por instinto, por experiencia o por lo que sea, buscamos sentirnos mejor. No para evitar los “problemas” sino porque sabemos que eso nos ayuda a centrarnos y a salir de ellos. Unos salen a caminar, o a correr, o en bici, o se machacan en el gimnasio. Otros leen, o escriben. Los hay quienes se ponen una serie, o una película, o a jugar a videojuegos. Y otros, como tú, hablan. Lo importante es hacer algo con todo eso que te preocupa. Hacer una bola con esa maraña de cosas que pululan por tu cabeza y lanzarla lo más lejos que uno pueda. Lo malo sería dejar todo eso crecer ahí dentro, porque al final, esa bola te acabará comiendo de lo grande que se puede llegar a hacer.

Lo de vernos más. Ese es el eterno problema de vivir en una ciudad. O en dos ciudades (Juanma y Ana) o en tres (Benito y Maripaz) o en cuatro (Luis y Sole). Estamos, a cinco o veinte minutos en coche de cada uno de los que formamos este grupo (gallegos y londinenses no cuentan en esto :). Pero no estamos nunca al mismo tiempo en las mismas circunstancias. Unos trabajamos por las mañanas, otros por las tardes, los niños tienen deberes, o actividades, o nosotros tenemos actividades. Y los fines de semana, si no hay que ir a comprar, tu familia política se las ingenia para abducirte. A mi también me gustaría veros más pero, reconozco que me gusta mucho cuando quedamos porque es más intenso. Los ruralitos, eurovisión o quedar todos cuando vienen Luis, Sole, Benito y Maripaz, se han convertido en grandes acontecimientos de nuestras vidas. Aprendamos a disfrutar esos momentos al máximo y, si entre uno y otro ocurre alguna conjunción astral y podemos quedar, disfrutémoslo también. Pero no nos agobiemos por que no ocurra.

En lo de la familia. Yo soy como tú. Un dejado. Pero la familia te quiere igual, tal vez por eso nos comportemos así con respecto a ella, porque nos lo aguantan todo. Si hay quienes saben como somos, por dentro y por fuera, son ellos. Si te agobia el estar algo distante, ponte una meta, como lo que habéis hecho con lo de los audios de Whatsapp. Cosa que me parece una idea estupenda. Un día, en lugar de un audio, llamas a uno y otro día a otro. Pero, si os va bien así, pues estupendo.
Y no debes sentirte mal por sentirte mal. No te compares con lo que tienen otros. Cada uno tenemos nuestros monstruos. Unos tenemos un monstruo muy grande que lleva toda la vida viviendo con nosotros y otros tenemos un montón de pequeños monstruitos que van creciendo, o multiplicándose, o disminuyendo según la época de nuestra vida. Lo importante es saber controlarlos. Al monstruo grande lo ves venir de lejos y te puedes preparar para lo que trae. A los pequeños hay que ir dándoles palos uno a uno. Como a las tareas. Tal vez deberías pensar en no plantearte cada momento de tu vida como una tarea a terminar, sino como un tiempo para disfrutar de la tarea que estás desarrollando. Pensar en positivo cuando estés haciendo lo que estés haciendo en ese momento.
Cuando comentabas eso de las tareas, me acordaba de lo que decía Margaret Thatcher, ella decía que no había mayor satisfacción en la vida que irse a la cama sabiendo que has terminado todas las tareas que tenías preparadas para ese día. Al final, como bien sabrás, murió sin recordar nada de lo que había hecho en su vida, lo cual nos puede enseñar alguna que otra lección sobre la importancia que les damos a las cosas en nuestras vidas.

Contabas que has parado a tomar un café antes de volver a casa y que pensabas que era lo que ibas a hacer después mientras lo bebías, paso a paso, tarea tras tarea, terminando una para pasar a otra. Tal vez deberías pensar en disfrutar del momento en el que estés tal y como te viene. Esto es lo que los japoneses llaman “Ichi-go Ichi-e”, que significa algo así como “Sólo por esta vez”, o sea, lo que te está ocurriendo en este momento, sólo te va a ocurrir en este momento, por eso debes disfrutarlo tal y como te viene. Puede que las situaciones se repitan de manera similar, pero nunca serán iguales, siempre hay pequeños matices que hacen que el momento no sea igual al que has vivido antes. Ese café que te has tomado en la gasolinera, antes de ponerte a lavar el coche por ejemplo, la próxima vez que estés en esa situación no va a ser igual, disfrútalo, recuéstate en la silla y disfruta con cada sorbo, piensa en lo bueno que está y en lo mucho que te gusta y en nada más. Y lo mismo debes hacer con el resto de cosas de tu vida. Que te surge un problema en el trabajo, piensa en positivo, sabes que serás capaz de resolverlo, estás sobradamente preparado para ello, puedes tardar más o menos tiempo en resolverlo pero, al final, lo harás. Que te enfadas en casa y le hablas mal a María José, no te voy a decir que disfrutes ese momento, pero tampoco te agobies tanto por ello, ni por tanto tiempo. Déjalo atrás rápido, que ya se diluirá en el tiempo por si sólo.

Si hay alguien en este mundo que te conoce mejor que nadie ahora, es ella. Y ella está contigo porque te quiere. Y te quiere con tus virtudes y tus defectos. Admitámoslo Pedro, nuestras mujeres hace ya mucho tiempo que descubrieron que nosotros, de príncipes azules, tenemos más bien poco. Y lo que las hace tan especiales, no es que nos quieran con nuestras virtudes y nuestros defectos, sino que nos quieren, a pesar de ellos. Eres afortunado por tener a María José a tu lado. Todos lo somos de tener a nuestras mujeres. Porque, piénsalo ¿quién sino ellas serían capaces de aguantar a una panda de frikis cuarentones como nosotros? Afortunados no, somos multimillonarios.

Para acabar, que yo también me enrollo a mi manera, te voy a aconsejar otra forma de ver la vida al estilo japonés (estoy muy Zen yo últimamente). “Wabi-sabi”, es un concepto estético pero que se puede aplicar a la forma de ver la vida en general. Consiste en apreciar las cosas, incluyendo sus imperfecciones, ya sean estas producidas de forma natural, accidental, artificialmente o mediante el paso del tiempo. La vida no es perfecta, al igual que las cosas. Y las cosas que se crean perfectas,
con el paso del tiempo acaban con imperfecciones; grietas, muescas, magulladuras, roces... En la vida pasa igual. Esas imperfecciones naturales o por la edad, dan carácter al objeto, llegando a convertirlo en único. En nuestra vida ocurre lo mismo. Ninguno nacemos perfectos y, además, el paso de los años nos produce heridas y marcas que nos convierten en lo que somos. Debemos, no solo aceptar las cosas y la vida como son, con sus defectos, sino también apreciarlas de esa manera, porque así se convierten en únicas.

Todos somos únicos y tú, Pedro, también lo eres."

30 julio 2019

Los Ochenta Fueron Guays.

Para el que no sea de Madrid o no esté muy al día de cultura gastronómica o sitios de copas (o sea, el noventa y ocho por ciento de la población de España) el Palentino es un bar del barrio de Malasaña que se hizo famoso hará un par de años, al ser la inspiración en la que Alex de la Iglesia basó su película "El Bar".

La historia del Palentino, se hizo popular hace un poco menos, al correr la noticia de que iba a cerrar, después de 80 años de actividad ininterrumpida. Los dueños fallecieron y la única heredera que quedaba, no tenía ni edad, ni ganas, así que vendió la propiedad por un millón trescientos mil euros y echó la persiana. Con dos ovarios, si señora, muy bien vendido. En ese momento, todo el mundo empezó a hacerse fan del Palentino y a recordar los buenos momentos que pasaron allí. Que si sus montaditos, que si sus tapas, que si sus cubatas a 2.50 €...

La nostalgia de unos pocos y la visión de negocio de otros, han hecho que el Palentino vuelva a abrir, con un aspecto renovado aunque cuidando la estética anterior. Con nueva carta de tapas, pero manteniendo las más populares. Con nuevos cocteles, a precios de hoy, pero dejando un día a precio de antes.

A mi, que todas estas cosas me parecen curiosas y, en cierto modo me agradan, me ha llamado la atención un artículo en el que hablaban de todo esto. Y, sobre todo, unas palabras de uno de los socios principales del Nuevo Palentino (solo les faltaba haberle llamado New Palentino). Un chaval de unos veintitantos, que debe de ser familiar mío lejano, porque se apellida Bermejo, moderno como él sólo, con tatuajes en los brazos y más aros en el cuerpo que un malabarista del Cirque du Soleil. El muchacho, habla de lo orgullosos que están de haber conservado el espíritu del antiguo local, con su estética renovada, pero fiel al espíritu ochentero que el local destilaba. En ello han puesto su empeño y han recuperado y reutilizado gran parte de lo que hacía "especial" al bar. Las viejas lámparas, fotos de como era, materiales para las paredes y detalles como los grandes espejos con la carta y los precios escritos a mano. En su explicación de como y porqué lo han hecho así, una frase me ha llamado la atención, y mucho. "Somos amantes de lo "viejuno", por eso nos enganchamos a "Stranger Things", escuchamos música de los ochenta y nos vestimos como entonces". Lo de viejuno, me ha afectado demasiado. Yo viví los ochenta como un niño, si, y no soy un "viejuno", eso lo será el padre de mi primo, el dueño del "New Palentino".

Me sorprende esa fascinación que tienen los jóvenes de hoy por los años ochenta. Más aún, sin haberlos vivido. Supongo que es lo mismo que les pasaba a muchos en mi juventud con los años cincuenta y los sesenta. Aquello que hacía que nacieran tribus urbanas como los "Rockers" o que muchos siguieran la estética surfera. Los ochenta fueron guays, repito que yo los viví, pero hoy día están idealizados. Los ochenta tuvieron la música, la movida, el cine fantástico, de ciencia-ficción y aventuras que ensombrece al de hoy en día. Spielberg, Lucas, Zemeckis, Scott, Howard... y un largo sin fin de directores, sentaron las bases de lo que se hace hoy y también dejaron grabado a fuego en la retina de muchos de nosotros lo que significa la diversión. Los ochenta nos dieron a Parchis, Comando G, Mazinger Z, los Transformers, E.T., Regreso al Futuro, Indiana Jones, Verano Azul, Top Gun o Karate Kid, entre otros muchos. Nos enseñaron que la libertad y la felicidad se consigue sobre dos ruedas y a pedales. Que con esfuerzo y práctica todo es posible. Y, que las amistades que empiezan en una tarde de verano, pueden durar toda la vida.

Aquellos años fueron buenos, pero no tan idílicos como los quieren pintar ahora. Fueron años muy complicados. Teníamos a los Grapo, a Terra lliure y a ETA matando a gente cada semana. Ponían bombas y pegaban tiros. Eso es algo que, espero que mi hijo jamás conozca. Estábamos en plena transición democrática, la Constitución estaba en pañales y a mucha gente no le gustaba lo que estaba pasando, fueron los años del Golpe de Estado. También de las luchas sindicales y de las reconversiones industriales. Los años del paro, de mucho paro (esto es algo que, parece que no ha cambiado demasiado). La década en la que entramos en la CEE, luego CE, luego UE. Que nos hizo mirar al futuro con esperanza. Pero también los años de la guerra fría. Del programa Guerra de las Galaxias de Reagan. De las tensiones con la URSS. De las películas catastrofistas en las que nos planteaban un futuro apocalíptico y post-apocalíptico (El día después, Mad Max, Un chico y su perro o Cuando el viento sopla) que no ayudaban mucho a tranquilizar los ánimos. Todos los días escuchabas las amenazas de los líderes de la Unión Soviética (Brézhnev, Andrópov y Chernenko) que se fueron sucediendo hasta que llegó "San Mijaíl Gorbachov", quien nos trajo la Perestroika e hizo que el mundo, tal y como lo conocíamos desde el final de la II Guerra Mundial, cambiara hasta convertirse en lo que hoy es. En los ochenta explotó la central nuclear de Chernobyl y la lluvia radioactiva llegó hasta Irlanda, que se dice pronto, ahora está de moda por la serie de televisión y parece mentira que hasta hacen turismo por allí, pero entonces medio mundo se podría haber muerto por culpa de aquello. Y eran los años de las drogas duras. Del hachís, del chocolate, de la heroína. La década de los yonkis en la calle. De los manguis que robaban vespinos para robar bolsos a las señoras, maestros del "tirón" que ya estarán todos muertos, o con la cabeza perdida. No había día que, si ibas a dar una vuelta con los amigos, no acabaras dándole pasta al "Chino", al "Cojo", al "Tuerto" o al "Negro", bajo amenaza de pincharte con la navaja o, peor aún con la jeringuilla de haberse metido hace un rato, probablemente infectada de SIDA. 

Si, fueron años muy divertidos para crecer. Pero, gracias a Dios y a mucho esfuerzo, hemos conseguido superar el noventa y cinco por ciento de todos aquellos problemas. Ahora tenemos otros, que tendremos que ir solucionando poco a poco. Aquellos también parecían imposibles pero, el tiempo los fue dejando atrás o poniendo las cosas en su lugar.

Supongo que, la imagen idealizada de los ochenta, la hemos ido formando entre todos. Porque el ser humano es así. En el fondo es un alma positiva que se queda tan sólo con los buenos recuerdos, un ser añorante de épocas mejores, que intenta recuperar, de cualquier modo, aquello que cree que se llevó su felicidad al perderlo. Entonces, treinta años después, cuando ya dispone de recursos, es capaz de pagar lo que sea por poder volver a tocar un cachito de sus mejores años, de su infancia o su juventud. Y, ese momento es único e irrepetible, los recuerdos se transforman en imágenes, sonidos, olores y sensaciones que creías olvidadas, cuando vuelves a tener en tus manos el objeto que te hizo ser el niño más envidiado de la clase el día después de reyes, o el rey de la urbanización durante el verano de 1987. Por eso pagas lo que te pidan por un Atari 2600 casi nuevo, en su caja, con dos mandos y dos juegos (Space Invaders y Pac-Man). Saltas de alegría al encontrar un AT-AT de Hasbro en eBay, con todos sus accesorios. O se te caen dos lágrimas al subirte de nuevo en un Vespino ALX igualito al que tenías, negro, con las bandas bicolores en rojo y blanco y, al oír el motor arrancar, un escalofrío te recorre el cuerpo, porque eres capaz de sentir los brazos de tu primer amor, rodeando tu cintura, el calor de su cuerpo suave en tu espalda y su aliento en tu nuca, mientras vuelves a recorrer el paseo marítimo, sintiendo la brisa del mar en la cara, con una sonrisa en los labios. 

Y entonces, al verte pasar, los jóvenes de hoy, con sus tatuajes y sus piercings, sus patinetes eléctricos de alquiler y sus teléfonos "inteligentes", dirán:  "¡Mira como mola la moto de ese "viejuno"! Me pregunto si la venderá". Y tú, que ya no tienes cuarenta y seis años, sino catorce, eres el rey del mundo y vas camino del cine de verano con el amor de tu vida, a encontraros con vuestra pandilla, para pasar la mejor noche del año (hasta las once y media o doce como mucho, o te la cargarás) al escucharlos, te das la vuelta, paras el maravilloso petardeo de la vespino y les dices: "chavales, ni por todo el oro del mundo, ni - por - todo - el - oro - del - mundo".

05 mayo 2019

Anclarse Al Pasado

Málaga va rumbo al futuro. Es una realidad el que ya lleva tiempo siendo una de las capitales que más crecen en el ámbito nacional. Málaga se reinventó hace más de una década con el fomento del turismo cultural y hace un poco menos con el turismo de "élite" gracias a los cruceros que antes no venían y ahora no cesan. Se ha situado en el mapa de los sitios que hay que ver. Punto de inicio y final de vacaciones y ahora, destino turístico para todo el año, no sólo en verano como antes.

Hemos pasado de tener un par de hoteles medio decentes en la capital, a contar con decenas de establecimientos, de todas las clases, desde apartamentos turísticos de categoría como "Nono Charming Stay" (en el corazón del SOHO) pasando por hoteles boutique como Villa Lorena (en el barrio de El Limonar) hasta un hotel de cinco estrellas super lujo como es el Hotel Miramar, que ha recuperado el esplendor de sus años dorados.

Pero, no solo de hoteles vive el turismo, hay que ofrecerles ocio para que se queden aquí durante sus vacaciones y no se vayan de excursión a la Alhambra o a Sevilla, que están a una y dos horas de aquí respectivamente, lo que convierte también a Málaga en base de operaciones para rutas turísticas por Andalucía. Para eso, se ha creado la red de museos de la ciudad. El Picasso, el CAC, el Carmen Thyssen, el Museo Ruso, el Museo de Málaga..., amén de otros lugares culturales como el MIM (Museo Interactivo de la Música) el Museo del Automóvil, el Museo de la Imaginación. Y los que quedan por venir. Si a todos sumamos los lugares históricos como el Teatro Romano, la Alcazaba, la Catedral y todas las iglesias antiguas del centro. Lugares emblemáticos como el Paseo del Parque, Calle Larios y sus aledaños, la ciudad tiene mucho que ofrecer.

Todo esta oferta de ocio y cultura, por suerte o por desgracia, se circunscribe a una zona bastante pequeña de Málaga. El centro. Lo que deja a los barrios algo alejados del efecto del boom turístico, creándose cierto descontento entre los ciudadanos. A todos les gustaría beneficiarse de tanto extranjero y forastero que vienen a disfrutar de la ciudad. Pero, claro está, los barrios no están preparados para esto. No hay inversión para ello y además, tampoco voluntad.

Por culpa de esto, llevo viendo desde hace un tiempo, una especie de movimiento contrario al desarrollo de la ciudad. Consignas como "Málaga no se vende" y cosas parecidas ya se han escuchado antes. La gente se echa las manos a la cabeza cuando se tira un "supuesto edificio histórico" que se caía a pedazos, pero no reclama la renovación del cauce del Guadalmedina, que da vergüenza verlo. Recuerdo todavía cuando se protestaba por lo que se estaba haciendo en el puerto, que obra faraónica, que locura, el puerto no se debía tocar, el dinero está para otras cosas... Y, hoy en día, el Muelle Uno es un referente para toda la ciudad. Una de las joyas de la corona y nadie se atreve a decir lo contrario.

Lo último que me ha llegado hoy ha sido una petición para apoyar la paralización de la construcción de dos torres de viviendas y un centro comercial junto al río, en la explanada de Martiricos. Una zona que lleva unos treinta años sin recibir una inversión mínima, a la que sólo le han practicado un lavado de cara con un asfaltado y poco más. Argumenta una asociación de vecinos que, se van a ver afectados los aparcamientos de la zona, porque esa explanada alivia a la zona tan saturada de vehículos y viviendas. También que van a talar unos eucaliptos centenarios (No hay planta más dañina para la flora local que el Eucalipto pero, ese es otro tema) que el comercio local y tradicional se va a ver afectado por el centro comercial y que hay un bar/chiringuito que van a tener que quitarlo de allí y que lleva toda la vida. Una recogida de firmas a través de Change.org, presentaba un manifiesto con muchas quejas pero, ninguna propuesta alternativa. Que si van a construir viviendas de lujo y un parque público junto a la avenida. Que si el carril bici que está proyectado junto al río no va a disfrutar de los doscientos metros de eucaliptos y argumentos pobres, apelando al inmovilismo y a la tradición un tanto rancia de "nos gusta que las cosas se queden como están" (Rebus sic stantibus). Lo siento, pero no me han convencido. Y mira que yo soy crítico con las megaconstrucciones pero, no. No veo espíritu de mejora y eso no lleva a ninguna parte.

Por poner un ejemplo parecido. En los antiguos terrenos de Repsol, en la Avenida Juan XXIII, se planteó hacer también una promoción de torres de viviendas y, los vecinos, de un barrio bastante más saturado que el de Martiricos, lucharon porque aquella zona se convirtiera en un mega-parque, un bosque urbano. Nada de dejarlo igual o convertirlo en una zona de aparcamientos. No, un bosque en toda regla. Mejorar lo presente mirando al futuro. Esos si me convencieron y firmé, con mucho gusto. Pero, Martiricos necesita otra cosa. Necesita un impulso modernizador. Necesita inversiones de calado. Cosas que hagan que la gente se fije en ese lugar. Un lugar fantástico, junto al río, muy cerca del centro, pegado al estadio de fútbol de La Rosaleda y hasta hoy, olvidado por las autoridades. Yo veo más beneficios que pegas pero, siempre estoy abierto a buenas ideas. De modo que, ¡convénzanme! Denme argumentos buenos, no me apelen al miedo de que no se va a poder acceder al hospital civil o al materno si construyen allí, eso es falso. O que los bomberos no pueden acceder a los pisos más altos, ya existen torres más altas en la ciudad que la escalera de bomberos y no se ha puesto el grito en el cielo por ello. ¡Convénzanme! Repito. Hagan propuestas constructivas y planes de mejora para el vecindario y toda la ciudad, entonces, les prometo que tendrán mi apoyo. 

27 noviembre 2018

Por Una Buena Causa

Merche se llama la voluntaria que, el pasado miércoles me pilló con la guardia baja al salir del centro de salud. Fui a que me revisaran unas pruebas del corazón y, al final, la que me tocó el corazón de verdad fue ella.

Unos siete años hará que dejamos de colaborar con causas benéficas en casa. Estábamos en plena crisis económica, teníamos que pagar la hipoteca, Lucas acababa de llegar al mundo y Ana se había quedado sin trabajo (uno de esos ERE que tan de moda se pusieron por aquel entonces). Había que apretarse el cinturón y optamos por cortar las donaciones. Eran sesenta euros al mes. Setecientos euros al año. Más de cinco mil en este periodo... un dinero. Desde entonces, siempre hemos tenido en la cabeza retomar las donaciones. Pero nunca encontraba el momento de hacerlo. Ni estaba seguro de querer donar a las mismas instituciones. Causas hay miles (por desgracia) y es difícil decidirse. Estuvimos diez años colaborando con unas, creo que es justo colaborar con otras.

La situación ahora es distinta. Es verdad que seguimos teniendo hipoteca pero, pagamos menos que entonces. Que Lucas sigue suponiendo un gasto constante, pero mucho menos que cuando era bebé (los pañales cuestan un ojo de la cara). Y Ana sigue sin trabajo, pero eso ya lo hemos asumido. Nuestros ingresos son estables y nuestros gastos también, más o menos, así que podemos plantearnos hacer algo más por el mundo que sólo quedarnos mirando. Entonces, ocurrió lo del miércoles.

Cuatro chicas se encontraban a la puerta del centro de salud. Hacía un día de perros, como casi todos los que llevamos de otoño. Dos tenían el tenderete instalado en plena calle y otras dos en el vestíbulo. Pasé por delante de los dos y en ambos solicitaron mi atención. Me disculpé, llevaba prisa porque iba a consulta y unos nervios que ni para un examen final de la facultad, así que les dije que, a la salida hablábamos si no les importaba. Supongo que llevarían toda la mañana escuchando excusas del mismo tipo, así que la cara de desilusión se les nota en cuanto reciben el no (no puedo, no quiero o no me interesa...) debe de ser muy frustrante no conseguir resultados cuando te asignan una tarea. Sobre todo en un país, donde presumimos de ser los más generosos con causas benéficas del mundo pero, luego nos escabullimos como ratas cuando vemos uno de estos puestos solidarios.

A los veinte minutos, tras pasar por consulta y que la doctora me dijera que estaba bien y que dejara de preocuparme, me dirigí a la salida y, allí estaba de nuevo Merche, sonriente, preguntando si ahora podía atenderle. Se pensaba que era médico, no se por qué, debo de tener planta de sanitario. Y, en cuestión de unos ocho minutos, me hizo una exposición de lo que es y hace ACNUR. Un breve resumen en el que me dejó claro los objetivos de esta organización, sin ánimo de lucro, asociada a las Naciones Unidas y que se encarga de ayudar a los refugiados. Entre las campañas que más impactan está la de la lucha contra la desnutrición infantil. Todos habremos visto las imágenes de los "negritos" esqueléticos a los que unos sanitarios dan un sobrecito de pasta. Ese sobrecito contiene una masa de cacahuetes, hipercalórica e hiperproteica, que hace que, en cuestión de pocas semanas, un bebé pase de una muerte segura, a recuperar la masa corporal que necesita para sobrevivir. Cada sobrecito sale de coste, puesto en el país, a cincuenta céntimos y el único que saca beneficio de ese producto es el niño que se alimenta de él, la patente es libre y ninguna farmacéutica o empresa alimenticia hace negocio con ello. Eso me gustó. Me tocó la fibra sensible y me hizo pensar. Pero, no le rellené el impreso para hacerme socio en ese momento. Estas decisiones las consensuamos siempre entre Ana y yo y, aunque me parece que le sonó a excusa, la chica lo entendió. Me dejó su número de teléfono y me pidió que, por favor, si nos hacíamos socios, se lo comunicara. Y, Esa misma tarde lo hicimos. Una aportación anual, que tal vez no sea mucho, pero algo ayudará. Le mandé un mensaje a Merche y me contestó en seguida, muy feliz de que nos hubiéramos decidido tan rápido. Muy agradecida por nuestra colaboración.

Tengo que admitir que, el hecho de que me decidiera a dar el paso otra vez, después de tantos años, y volver a colaborar con buenas causas, fue en gran parte gracias al trabajo de esa chica. Su forma de explicar, con la ilusión y las ganas con las que lo hacía, me hicieron decidirme. Si, en lugar de dedicarse a eso, hubiera estado promocionando jamones, ahora mismo estaría desayunando un bocadillo de serrano en lugar del pan con aceite de oliva de Candón de todas las mañanas. Y si fuera política, nada más que por la ilusión que irradiaba, le votaría en las próximas elecciones.

Para mi, es una alegría ver que los que vienen detrás nuestra están ahí, implicados y preocupados por el mundo que les rodea. Eso, me devuelve la esperanza que me quitan cada vez que veo el telediario.

13 marzo 2018

El Teorema Del Columpio

Esto de ir al parque con Lucas es, como decía Forrest Gump, como una caja de bombones, nunca sabes que te va a tocar. La verdad es que jamás llegué a entender esa frase porque, precisamente en una caja de bombones, siempre sabes que es lo que te va a tocar. 

El caso es que hoy, después de casi dos meses sin aparecer, por culpa de los resfriados, las fiestas y vacaciones, las maluras y las lluvias de las últimas semanas, hemos vuelto a pasar un rato por el parque de al lado de casa. Echaba de menos ver a algunos de los niños y a sus madres, abuelas y padres, a otros no tanto. Y, precisamente uno de esos otros, ha sido el que me ha dado la tarde.

Nada más llegar y tomarse su batido de chocolate (eso no se perdona nunca en la merienda) tanto Lucas como su amiguito Hugo, se han subido al mega-columpio y me han pedido que les empuje. Al acercarme, veo que hay un grupito de niños sentados en el suelo, justo en la trayectoria del columpio, así que me aproximo un poco a ellos y les digo que les puedo dar con el columpio si están ahí. En ese mismo momento aparece el padre de uno de los chicos y les dice que se aparten un poco, que ahí no están bien. Los niños, levantan un poco el culo y lo desplazan como un metro y medio alejándose del columpio. Como ese hombre ha visto que se han retirado y se ha vuelto a sentar en el banco con el resto de su panda, yo entiendo que ha considerado que la distancia es suficiente como para que no pase nada, de modo que me pongo a empujar y a empujar, hasta que mi chico y su amigo me dicen que han tomado la altura correcta, y así sigo durante un rato. Otro padre del grupo de niños se aproxima para saludar a su hijo, porque acaba de llegar de trabajar, yo sigo columpiando a los chicos, éste hombre pasa junto al columpio y se sienta también con su grupo. Al poco, un par de madres se acercan también a sus retoños y se vuelven a sentar. 

No ocurre nada hasta que, después de cinco minutos, el primero de los padres, el que apartó a los niños y se marchó tranquilamente, se planta a mi lado y me pregunta o más bien me recrimina que
 -"¿Porqué no le ha dicho a sus niños que metan los pies dentro del columpio? ¿No ve que le ha podido dar en la cabeza a uno de los otros?" Yo, que no me esperaba que me preguntaran sobre una conjetura  metafísica a esa hora de la tarde le respondo con un -"¿Qué?", a lo que él me responde repitiéndome la pregunta. -"Yo no he empezado a empujar hasta que se han apartado", le contesto. 
-"Si pero, usted como persona adulta ¿no cree que sus niños le pueden dar en la cabeza con los pies a los otros?" Me suelta, así en plan chulesco pero respetuoso (por hablarme de usted, se creería él que estaba siendo respetuoso). -"Lo que me parece a mi es que los niños no están sentados en el mejor sitio del parque". Yo por lo menos no dejo sentado a mi chico en la trayectoria del columpio. Aquí fue cuando se me debió de cambiar la cara y el tono de voz, porque me dijo -"Bueno, yo no he querido discutir". Pero, yo ya tenía el ceño fruncido y eso a mi es difícil vérmelo así, menos en un parque y rodeado de niños -"Y, lo que yo veo es que aquí no ha pasado nada, así que no se de que estamos hablando" le solté para terminar la conversación. Aunque él me terminó soltando un amenazante  -"Procure que no pase nada", a lo que yo contesté con un -"Claro, ya procuraré". Pero, este tipo ¿qué pensaba? ¿Pegarme? ¿No hubiera sido más fácil coger a sus niños y apartarlos del columpio? Porque, al menos yo, el columpio no lo podía mover de sitio.

La cosa tiene bemoles. En los tres años que coincido con esos padres en el mismo parque, he visto a sus retoños hacer barbaridades. Tirar piedras desde lo alto del castillete, empujar a otros niños a mala leche, tirar juguetes de otros niños con intención de romperlos, echar las pelotas de otros niños a la carretera intencionadamente y soltar por esas boquitas el vocabulario completo de la guía del camionero, mientras que ellos, y ellas, se desentendían. Se quedaban de cháchara, fumando (si, en un parque infantil) y llenando el suelo de cáscaras de pipas, porque eso de echarlo a la papelera, como que será mucho esfuerzo. 

Encima de que, aquí un servidor se lo curró para que modernizaran el parque, con carta al alcalde incluída y artículo en Diario Sur. Y después se lo volvió a currar escribiéndose con la Concejala de Distrito para que reparasen el suelo de goma defectuoso que instalaron, que se desgranaba con el uso y que hacía que los niños se "esmorrasen" cada diez segundos. Mientras tanto, ellos y ellas, seguían despanzurrados en los bancos, fumando y comiendo pipas. No les he visto mover un dedo cuando aquello que conté de los quinceañeros que estaban maltratando el columpio.  ¿Y ahora me vienen a dar lecciones de madurez y comportamiento adulto? Tócate las narices. 

Y es que, a veces, le tengo que dar la razón al gran Ivá, quien, a través de su fantástico Maki Navaja, decía aquello de "... ¡y que siempre tiene que haber un giliposhas suelto!"

15 febrero 2018

Incompetencia Institucionalizada

Mis experiencias con la administración local a lo largo de mi vida, ahora que lo pienso, han sido escasas y en el noventa y cinco por ciento de los casos, medianamente satisfactorias. Al menos, hasta hará cosa de un año, ya que, en las últimas tres ocasiones en las que he tenido que realizar un trámite administrativo relacionado con un ayuntamiento, los resultados han sido, cuanto menos, decepcionantes.

La gestión de la burocracia ha sido, es y será un lastre que la administración pública de este país asume como algo propio, inherente a la propia existencia de los servicios a la ciudadanía. Asimismo, los propios ciudadanos se han acostumbrado a convivir con un entramado rígido de normas y leyes, gestionado de manera excesivamente formal, hasta el punto de que consigue llegar desanimar cualquier iniciativa de progreso que se le pase por la cabeza a los vecinos. Y esto es más que comprensible, ya que, si hasta para mover un ladrillo en tu propia casa hay que pedir un permiso y pagar una tasa, que puede hacer que se demore la ya tediosa obra en tu vivienda más de lo que esperabas, los ánimos se aplatanan a la primera de cambio. No hablo ya de intentar montar un negocio. Solicitar una licencia de actividad es toda una odisea, pasar por ello no es la experiencia más satisfactoria del mundo empresarial.

Pero, son otros trámites menores los que, en mi caso, me han hecho ponerme hoy a escribir. Cotidianeidades de vivir en un país como el nuestro que, tal vez, en otros suene a esperpento. Como los impuestos a morirse. Ya no hablo del impuesto de sucesiones, que tan bien lleva gestionado la Junta de Andalucía y que la ha hecho convertirse en una de las primeras sociedades inmobiliarias de la comunidad autónoma, al quedarse con viviendas, locales y fincas cuando los herederos no han podido satisfacer el tributo correspondiente. Las entidades locales se han estado beneficiando también, de manera más sutil, con la muerte de sus conciudadanos. Ellos lo llaman "plusvalía". Esto, que según la definición de la RAE es el "incremento del valor de un bien por causas extrínsecas a él", no explica el porqué cuando se hereda una vivienda, haya que pagar un montante proporcional al ayuntamiento de turno. ¿Proporcional a qué? Pues al valor que estime y calcule el propio ayuntamiento (yo me lo guiso, yo me lo como). No importa si la realidad es distinta y ese inmueble no vale ya lo que dice la autoridad, ellos marcan, fijan, reclaman y te obligan a pasar por caja, si o si. Y, si te niegas a colaborar, pierdes lo heredado, tras un largo y costoso proceso de reclamaciones y procesos. A esto, en otros ambientes algo más sórdidos se le llama extorsión, aquí, esto es lo que hay.

A los españoles, que siempre se nos ha tildado de temperamentales y de tener la mecha muy cortita, cuando tenemos que hacer frente al monstruo de la burocracia, nos achantamos. Es así, admitámoslo. Vemos la batalla perdida antes del primer cañonazo. Y es comprensible, porque aparte de la rigidez, de lo enrevesado de los trámites y de lo dilatado de los plazos, en muchas ocasiones te topas con la ineficiencia del sistema y/o la incompetencia del funcionario de turno. Porque, admitámoslo, aunque el funcionariado español está formado por un porcentaje altísimo de gente muy preparada y muy competente, en muchas ocasiones te das de bruces con el muro de la apatía y la desgana. Esa cara de "haba", como decimos en mi pueblo. Esos a los que hay que arrancarles un buenos días con unas tenazas al rojo vivo. Esos que contestan al teléfono como si fuera una condena del infierno. Los del habla monótona y el perfil bajo. Gente que ha nacido cansada y que, por mucho que lo intentes, no entiendes como ha podido acabar ahí sentada.

Ayer mismo, mi vida se cruzó con la de una de estas personas. Los trámites que inicié en noviembre del año pasado para solicitar un informe sobre una vivienda en Marbella, debían de haber atravesado un agujero negro de esos que suele haber en la administración porque, hasta tres meses después no me llamó el perito encargado de realizar la inspección del inmueble, eso si, pidiendo disculpas por el enorme retraso y asegurándome que iba a dejar su labor lista ese mismo día. Y, efectivamente, así me consta que fue. Dos semanas después de aquello seguía sin noticias del asunto. Pero ayer, al descolgar el teléfono de la oficina, una voz de señora, de estas que parecen salir de un fuelle roto, me comunicó que el informe que solicité ya estaba listo y que podía pasar a recogerlo. .-"¡Ya estamos!" Pensé yo. .-"Verá, es que yo solicité esa documentación de manera telemática, necesitaría que me remitieran el informe por la misma vía" .- "¡Ah! Es que..." Se me pone nerviosa la señora. .- "Es que no puede ser. Esto se tiene que entregar en mano para que la documentación sea la original". Me dijo. .- "¡Aha! Yo creía que los envíos con Certificado Digital servían para este tipo de gestiones y que para eso existía la Oficina Virtual". Le comenté. .- "Si, bueno. Ahora vamos a instalar una aplicación que, a lo mejor, sirve para eso pero, por ahora, tiene que ser así".

¡Plof! Me di de bruces con el muro de la incompetencia. La señora no estaba por la labor. O no quería o no sabía. Y no se que es lo peor, si la desgana o la ignorancia. Al yo realizar todos los trámites a través de la Oficina Virtual, imaginé, iluso de mi, que la respuesta se realizaría por la misma vía, tal y como se explicaba en la página web del ayuntamiento pero, resulta que una cosa es lo que se puede hacer y otra distinta lo que en realidad se ejecuta. Al pasar el filtro del personal (de cierto personal) los logros administrativos, la agilización del sistema, los avances informáticos y telemáticos retroceden en el tiempo, como Marty McFly, a 1985.

Esto me dio que pensar y, supongo que, esto son sólo conjeturas mías, la funcionaria en cuestión, puede que haga este tipo de cosas para perpetuarse en su puesto. Ante el miedo que supone el que una máquina pueda hacer tu trabajo, el camino que ha tomado esta persona es el de obviar los avances de las nuevas tecnologías, alienando a los pobres usuarios de la comodidad de poder realizar los trámites desde su casa, con el increíble beneficio que eso aporta a todos, empezando con la propia entidad pública que reduciría sus costes y agilizaría su labor. Sinceramente, a mi humilde parecer, resistirse a desaparecer de esta manera es una estrategia equivocada. Sería más conveniente esforzarse en sobrevivir haciendo el trabajo de manera impecable, al menos, de este modo parecería que, la función que desempeñan ahora, es imprescindible. Aunque, en realidad, no sea así.


04 octubre 2017

Sin Sorpresas


Qué más se puede decir de lo que está ocurriendo en Cataluña que no se haya dicho ya?

Hoy ya han hablado todos, hasta S.M. el Rey D. Felipe ha dicho en seis minutos y a todo el país, que esto se acaba aquí.  Que esta pantomima, este teatro de lo absurdo, esta comedia dramática que estamos viviendo estos días va a llegar a su fin, de una única manera.

Y a nadie puede sorprender lo que ocurra a partir de hoy. Porque todo el mundo sabe que es lo que va a pasar. Ya lo sabíamos todos cuando el maestro de ceremonias salió a la pista central a presentar el espectáculo. "Votarem" decía y todos le aplaudían. Y, para que votaren, se sacaren leyes de la chistera, cual ilusionista "¡chas, chas!". "Nada por aquí, una ley por allá". Y todos seguían aplaudiendo.

Mientras, el resto del país miraba perplejo como pasaban las cosas y esperaba. Como hace siempre. Esperaba una respuesta firme y contundente, del gobierno, de las instituciones y de los partidos políticos. Pero, como siempre, la espera quedaba en más espera. -"Ahora no Mariano, este es otro farol, otra votación con urnas de papel maché". -"Mira, Pedro, que esta vez tenemos que cortar". -"Que no hombre, que no. Tú y yo nos ponemos firmes y defendemos el estado de derecho, otra vez, y mañana estaremos negociando de nuevo cuanto dinero quieren". - "No se yo ¿qué dice Albert?". "A mis padres les pintan el negocio y a mi me dicen facha y me tiran piedras. En mi casa. !El 155 ya!".  -"¡Joder, Albert. No vamos a sacar los tanques a la primera de cambio ¿y los jueces, que dicen?".  -"El TC dice que ni referendum ni referendam". - "Es que me dicen que no quiero dialogar. ¿Pero cómo voy a dialogar con alguien que quiere cometer un delito? ¿Qué le digo. Vale, mátala pero poquito? Esto es peor que un chiste de Gila".

Y con el delito anunciado y la fecha señalada (con premeditación y alevosía) al gobierno sólo le queda hacer una cosa. Tratar de evitar que se cometa. Y para eso están los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Nuestra Policía Nacional y nuestra Guardia Civil. Nuestros, de todos. Esos agentes que juraron defender la legalidad, la que se recoge en la carta magna. La misma sobre la que juraron su cargo los que ahora la quieren romper (ayer me venía bien, hoy me incomoda y me la quito de encima). Y, después de todo este tiempo, de todos estos años de tiras y aflojas, de besitos en la oreja y puñaladas traperas, la cosa acabó como dije al principio, como todos sabíamos que iba a terminar. Todos hemos visto las imágenes. A todos nos incomoda, se nos pone la piel de gallina y un nudo en la garganta. Te indignas, te violentas, te hace sentir mal aunque aquello pase a casi mil kilómetros de aquí. Te duele. Pero, sorprender no. El que diga que no se esperaba nada de aquello, o ha estado viviendo en la selva, o es tonto.

Desproporcionada, esa es la palabra del día después. Acción desproporcionada del gobierno con una actuación policial violenta. No estoy de acuerdo. Lo siento. No digo que ayer no hubo momentos de mucha tensión y actos de violencia que a nadie gustaron, y puedo jurar, que a los que menos gustaron fueron a los agentes implicados. Pienso que no habrá nadie que se crea que a los policías les gusta hacer cosas así y, si alguien se lo cree, es un soberano imbécil. No señores, desproporcionado hubiera sido llevar al ejército a las calles y declarar la ley marcial, como mucho cantamañana ha dicho durante estos meses. Llevar a 12.000 agentes a evitar una ilegalidad, cuando te esperan dos millones de personas en contra... si, pensándolo bien, si es desproporcionado, para los policías.

Y ¿ahora qué? Ahora viene lo peor. Los pintamonas del gobierno catalán declararán la independencia de manera unilateral y, a la ilegalidad de la consulta sumarán el delito de sedición. Habrán pasado de ser desleales una noche a delincuentes la mañana siguente, alta traición. Sin pensar en las consecuencias, no para ellos, sino para la tierra que tanto dicen defender y estar liberando (¡Ja! Me río yo de esa libertad de todo a cien). Sólo buscan la foto de salir de palacio con los grilletes puestos. Mártires de una democracia ficticia, creada a su imagen y semejanza a base de mentiras. Mentiras desmontadas. Mentiras que nadie se ha creído nunca, ni aquí, ni fuera de aquí. Allí donde buscaban apoyo internacional, les fueron dando la espalda. "¡Con el cuento a otra parte monsieur! Ustedes no están oprimidos, están reprimidos, que no es lo mismo". Les dijeron en Europa. - "La teta de Europa, que nos la quitan, Artur". - "A mi no me cuentes nada Oriol, el que manda ahora es Carles" . - "Déjate de coñas Artur y dime que hacemos". - "Pues, ¿qué vais a hacer? Seguir con el órdago. No queda otra". - "Pues claro que vamos a seguir pero, ahora dejadme un momento, que se me están yendo todos los consellers a últimas de cambio". Ni Merkel, ni Macron, ni Trump... nadie les cree. Sólo sus allegados, los de la fe ciega, los que todavía se creen que no va a pasar nada.

Nadie quiere que las cosas lleguen a más. O quería, porque puede que ya hayan llegado a un punto de inflexión. Lo único que yo se es que, llegados a este punto, lo que me gustaría ver, por una vez en mi vida, es la fortaleza y la unidad de los que se dicen defensores de España. Quiero ver a los partidos políticos hablar con una sola voz. Al PP, al PSOE a Ciudadanos y a todos los que piensan que esta locura ha llegado demasiado lejos. Ir de la mano, juntos, a enfrentarse a esos, que son menos pero gritan más, para decirles que esto se acabó. Todos los españoles se lo estamos pidiendo y los catalanes más alto que el resto. Así que, por favor, sin medias tintas, sin titubeos, sin tibiezas. Salgan a la palestra juntos y demuestren a esos millones de catalanes que están en sus casas, asustados, amedrentados y aturdidos por esta explosión sin sentido de locura colectiva, que no están solos y que ustedes están allí para defenderlos, porque por eso, señores, precisamente por eso les votaron.

¡Por favor!

El último rebelde

  dmitámoslo, la mayoría de nosotros somos ciudadanos pacíficos, que seguimos las normas y acatamos las leyes. Que no buscamos problemas por...